Descripción
«Uno no se da cuenta nunca de todo», dice Rousseau. Por eso sólo me di cuenta muy tarde de las razones secretas por las cuales «Dios es inconsciente», como fórmula del ateísmo, aparece, en el Seminario XI, justo en medio de un comentario del sueño analizado por Freud: «¿Padre, no ves que ardo?» La fórmula de Lacan no pierde su efecto al ser sacada del contexto, por el contrario. Pero, aun en medio de la prisa, deseo que la traducción castellana me de la ocasión de reubicarla. En el fondo, es necesario relacionar el: «¿Padre, no ves que ardo?», con el: «Eli, Eli, lamma sabacthani», del Cristo crucificado, «¿Señor, por qué me has abandonado?». Uno deja arder a su hijo y el otro lo deja crucificar. Sucede que Dios está muerto, se apresura a decir Nietzsche, que no introduce casi ahí más que al Padre muerto del neurótico. El «Dios está muerto» de Nietzsche permite entonces, dijo Lacan en ese pasaje, salvar al Padre matándolo, un poco como Freud, mientras que es el Hijo el que paga. El Nombre de Dios deniega entonces el Nombre-del-Padre. En tanto que Padre como nombre, o como significante -lo que no es lo mismo-, prohibe la identificación del Padre y el Hijo y remite al Padre a su indiferencia, a su indiferencia en materia de religión. Por eso la fórmula de la indiferencia -la del ateísmo moderno y la del Padre- sólo podía surgir de ese sueño, el sueño del hijo muerto. Y el sueño no podía ser así introducido por Lacan más que en ese momento en que renueva la teoría de la repetición por lo real del encuentro. Hay una indiferencia del traumatismo. Por eso vuestro padre es mudo.