Descripción
Pocos años después de la caída del comunismo, un extraño malestar ataca a la modernidad democrática. Triunfante en los hechos, ésta disimula, bajo la intrepidez conquistadora de la globalización, un sentimiento de vacío, de agotamiento, de duda. La universalidad de la Ilustración, de la que Occidente se piensa depositario, no ejerce más el mismo poder de atracción. Ni hacia adentro ni hacia afuera. Por todos lados se manifiestan rechazos, revueltas, quejas que no se pueden poner exclusivamente en la cuenta del oscurantismo o del fanatismo. Todo ocurre como si algo no funcionara más en el modelo que encarnamos. ¿La herencia de la Ilustración estaría obsoleta? ¿Sería criticable?
Este libro querría mostrar que no lo es para nada. Si la modernidad es recusada, si es vivida como un sufrimiento, no lo es porque encarne a la Ilustración sino porque la traiciona. Los valores llamados occidentales no son los cuestionados sino la inconsecuencia con la cual, sin cesar, nos alejamos de ellos. Una infidelidad raramente confesada pero que corre, como un hilo rojo, detrás de los grandes debates contemporáneos. De los revisionismos hipócritas a las tiranías del dinero, del humanitarismo extraviado al conformismo mediático, del cientificismo arrogante al individualismo enloquecido: esta traición a la Ilustración no es sólo una falta. Es una imprudencia.